Comencemos por el principio: ¿Recuerdas el primer dibujo que hiciste y que supiste que no era solo un pasatiempo?
Fue en mi época de estudiante. Cursaba el BUP en el instituto de la Palomera. Se realizaban actividades culturales con motivo del fin del curso. Yo edité una colección de láminas en fotocopia que reproducían una serie de dibujos propios que puse a la venta en el aula de plástica. No imaginaba que eso pudiera interesar a nadie pero los vendí todos y me saqué un dinerillo. Me los compraron, sobre todo, los profesores que estaban por el refuerzo positivo hacia cualquier iniciativa particular por parte de los alumnos, pero a mí me sirvió para comprobar que una vocación artística podía suponer también una salida profesional remunerada.
En cuanto a las influencias, ¿Qué artistas, ilustradores o referentes te han marcado más profundamente?
Empecé a copiando los dibujos de Ibáñez en los tebeos. Le copiaba hasta la firma, que me parecía una obra de arte en sí misma con ese asterisco tan mironiano. Luego descubrí a los autores franceses que publicaban en Metal Hurlant (Los humanoides asociados) y aprendía principalmente de Moebius. Si alguna vez he tenido algo parecido a un ídolo juvenil ese es Moebius.
Pero mis influencias son muchas y muy variadas. Proceden, sobre todo, de la pintura y más concretamente de las vanguardias históricas en el periodo de entreguerras. El Cubismo, el Surrealismo, el Expresionismo alemán en cuanto a la parte gráfica. Pero también, por ejemplo, de los simbolistas en cuanto al tratamiento de los temas. Picasso, Chagall, Magritte, Ernst, Grosz, Munch... La nómina sería interminable.
Le debo un tributo especial a Vela Zanetti. Pasé parte de mi infancia viviendo en el barrio de El Egido. Mis padres me obligaban a ir a misa los domingos y me pasaba ese rato recorriendo con la mirada ese mural tan soberbio de la iglesia de Jesús Divino Obrero. Absorbiendo el dibujo, las proporciones, la composición, aquellos cuerpos tan rocosos, tan monumentales.
En tus obras hay una mezcla muy particular de lo simbólico, lo narrativo y lo emocional. ¿Cómo nace una imagen en tu proceso creativo?
Desde mi punto de vista, tanto si se trata de una ilustración de prensa como de un proyecto editorial más amplio, la función de la ilustración consiste en complementar o amplificar el espíritu del texto a través de la interpretación personal. Ofrecer una clave valida para su correcta interpretación y, al mismo tiempo, debe actuar como un espacio de intriga que estimule la curiosidad del lector. Los plazos tan cortos en la prensa diaria obligan a un manejo rápido de ciertos símbolos que mantienen un valor constante en cuanto a su interpretación por parte de la mayoría de la gente. Un ilustrador de prensa es un comunicador, debe hacerse entender y su cabeza funciona como una especie de coctelera de metáforas visuales que el público pueda reconocer y compartir.
En cuanto a la ilustración de textos literarios, los tiempos y los planteamientos son muy distintos. Siempre que me planteo la ilustración del texto literario de un autor ya desaparecido, no puedo dejar de pensar que estoy interviniendo en una obra que no fue necesariamente pensada para ser ilustrada. No deja de ser una aportación innecesaria, por redundante, que el ilustrador se limite a reflejar fielmente cada momento narrativo del texto. Así que yo tiendo a mostrar lo que no es explicito, lo que está sugerido. Intento materializar el magma emocional que impregna la obra. Por eso cuando he tenido que elegir una obra que quisiera ilustrar siempre me he decidido por autores que dicen mucho más por lo que sugieren que por lo que escriben. Ese es el caso de “La noche” de Guy de Maupassant o “El corazón de las tinieblas” de Conrad.
Has colaborado con numerosos proyectos culturales y patrimoniales. ¿Cómo es ilustrar la memoria
de un lugar o de una comunidad?
Supone un riesgo y un compromiso enorme actuar sobre el poso cultural de una comunidad. En el caso del proyecto de “Mitología Leonesa”, aunque el territorio de la leyenda se presta a la interpretación, tampoco se puede llevar tan lejos que el público no reconozca sus propias tradiciones. En ese caso era importante conocer y respetar los límites del consenso general puesto que partimos de tradiciones orales y no existe un corpus literario normativo.
Por otra parte a mí siempre me ha interesado todo lo que tiene que ver con los mitos, los arquetipos y la simbología. Me ayuda a entender los mecanismos psicológicos con los que los humanos pensamos el mundo.
Hablando de tu trayectoria, ¿Algún encargo que te haya transformado como artista?
No hay ningún encargo en particular que me haya marcado especialmente. En todo caso estoy satisfecho especialmente de los dos últimos proyectos en los que he trabajado “Mitología Leonesa” y “El corazón de las tinieblas”. Es verdad que prefiero ilustrar literatura pero disfruto mucho de la inmediatez de la ilustración de prensa. Es una costumbre cuya pérdida me causaría un verdadero síndrome de abstinencia.
La ilustración muchas veces se percibe como algo "menor" frente a otras artes visuales. ¿Te has sentido alguna vez dentro de esa tensión?
Siempre me ha parecido absurda esa jerarquía del valor de la obra con respecto a la técnica empleada, el soporte, el medio o la disciplina artística. Que un oleo tenga que valer más que un dibujo al carboncillo, por ejemplo, tiene más que ver con el valor económico adjudicado convencionalmente que con el arte en sí .
Sé que existen pero nunca me he encontrado personalmente con ese tipo de prejuicios. Supongo que son tan ridículos que el que los tiene, los oculta.
Con respecto a tu proceso creativo. ¿Qué lugar ocupa el error en tu proceso? ¿Corriges, rehaces, conservas lo que aparece por azar?
Yo me considero sobre todo un dibujante. Los ilustradores trabajamos de cara a un público lector y por lo tanto estamos obligados a manejar formas reconocibles y referentes compartidos por una gran mayoría de ese público. Desde ese momento lo figurativo es irrenunciable. Sin embargo, últimamente estoy disfrutando con la incorporación de los valores expresivos del boceto con sus correcciones y vacilaciones o con el empleo de una gráfica gestual o la mancha casual. Es decir, me interesa más el juego de la sugerencia que la narrativa.
Has dibujado para libros, carteles, exposiciones, objetos… ¿Hay alguna frontera que aún te gustaría cruzar como ilustrador?
Como ilustrador, las fronteras están ya definidas. Mi trabajo está concebido para su publicación y destinado a la imprenta. Hay un buen número de títulos y autores con los que me gustaría trabajar, quizá en ediciones especiales o de gran formato.
¿Cómo ves el futuro de la ilustración en un mundo saturado de imágenes? ¿Qué puede aportar aún el trazo lento, la mano…?
El panorama que se les presenta a los profesionales de la ilustración, con el desarrollo de la inteligencia artificial, no es nada halagüeño. Es posible que nos sustituya totalmente en muy poco tiempo, sobre todo si entre los responsables del empleo de este recurso falta el criterio suficiente como para valorar y distinguir el aporte de la autoría humana frente a la artificial. La IA no es más que una enorme maquinaria de combinatoria que se nutre del plagio masivo. Sin embargo, la facilidad para la producción digital va a traer como consecuencia una consideración mayor de la obra original, de la pieza única.
Y para terminar: si tuvieras que dibujarte a ti mismo sin espejo, solo con la memoria y la intuición, ¿cómo sería ese retrato?
Nunca he sido especialmente sensato. La autoridad suele producirme un rechazo instintivo, quizá irracional. Cuando me tratan de usted tengo la sensación de que me están llamando al orden, así que no puedo evitar verme como un crío que está intentando ocultar la última travesura.