Bajo el título "Modernismo. Hacia la belleza del objeto cotidiano", el Museo Casa Botines Gaudí alberga hasta el 29 de junio una muestra que invita al visitante a mirar con otros ojos. Porque no se trata sólo de contemplar vajillas, lámparas, espejos o muebles: se trata de descubrir cómo, durante un breve y radiante instante de la historia, la vida se quiso Arte. Cada taza, cada tirador, cada recoveco curvo, aspiraba no solo a cumplir una función, sino a emocionarnos.
La exposición, comisariada por Andrés Alfaro Hofmann y Remedios Samper Villalba, reúne 115 piezas. Y lo hace con un espíritu abierto: no hay pretensión de encerrar el Modernismo en un estilo, sino de mostrarlo como actitud vital, como impulso creativo que quiso fundir el Arte con la utilidad. Por su parte el director de Fundos, José María Viejo, apunta que el Modernismo es el primer movimiento universal con un fuerte interés por el diseño integral de los espacios y los objetos, otorgándoles un componente estético en un contexto donde se democratizan los bienes de consumo.
Las seis salas de la muestra, se convierten en pequeños teatros donde el espectador puede recorrer España, Francia, Bélgica, Alemania y Austria a través de sus objetos más íntimos. Desde las sinuosidades florales del Art Nouveau francés hasta la depuración geométrica de la Secesión vienesa. Cada vitrina murmura una idea que Josef Hoffmann y Peter Behrens convirtieron en axioma: “que lo bello puede y debe habitar lo cotidiano”.
En este diálogo entre objetos y espacio, la Casa Botines no actúa como simple contenedor: es cómplice, es resonancia. Construida entre 1891 y 1892 por un joven Gaudí, su estructura de piedra gris y pináculos góticos acoge con naturalidad esta oda al diseño. Como si, más de un siglo después, regresaran al hogar aquellas ideas que inspiraron su traza original.
"Modernismo. Hacia la belleza del objeto cotidiano" no es una exposición más: es una invitación a detenernos. A mirar el pomo de una puerta como si fuera una flor. A descubrir que el arte no siempre necesita lienzo, sino mirada. A comprender que, quizá, la verdadera modernidad aún nos espera en los gestos sencillos, en los objetos pequeños, en el intento —siempre necesario— de vivir con belleza.