Hubo un tiempo en que lo rural era representación de lo costumbrista, del apego a la tierra o del mundo tradicional. Hoy, en cambio, lo rural suele aparecer como espacio de pérdida. El campo ya no es hogar: es ausencia. La literatura ha captado esa transformación y ha hecho del desarraigo, la ruina, el silencio y el eco sus nuevas materias primas.
Autores como Luis Mateo Díez, Julio Llamazares, José María Merino o Carlos Fidalgo han narrado pueblos detenidos en el tiempo, caminos sin retorno y vidas que se disuelven en la memoria. En obras como La lluvia amarilla, Luna de lobos o El reino de Celama, el paisaje se convierte en personaje, y la despoblación no es solo un fenómeno sociológico, sino una experiencia espiritual.
Poéticas del abandono
¿Qué tipo de escritura nace del vacío? En general, se trata de una prosa sobria, reflexiva, cargada de memoria y de sombra, donde las palabras buscan reconstruir lo que ya no está. La arquitectura del relato sigue el ritmo de las cosas perdidas: fragmentaria, lenta, melancólica. Hay en estos textos una voluntad de dar forma al eco, de fijar con palabras lo que el tiempo ha borrado del mapa.
Esta poética, sin embargo, no es meramente nostálgica. Al contrario: reivindica el derecho a narrar la desaparición. Es una forma de resistencia simbólica, de afirmación. Mientras haya alguien que cuente lo que fue un pueblo, ese pueblo no habrá muerto del todo.
La literatura como archivo y como revulsivo
Frente al olvido oficial y la indiferencia política, la literatura actúa como archivo de lo rural. Conserva nombres de lugares, modos de hablar, paisajes interiores, formas de vivir que ya no existen. En ese sentido, el escritor se convierte en una especie de notario emocional de la desaparición.
Pero también hay en muchos textos una función revulsiva. Al poner la despoblación en el centro del relato, los autores visibilizan lo que normalmente queda en los márgenes. Lo rural ya no es lo pintoresco, ni lo anecdótico, ni lo “natural”: es una realidad política y existencial, y el texto es una herramienta de conciencia.
¿Puede la literatura revitalizar lo rural?
La literatura por sí sola no repuebla. No devuelve los servicios públicos ni abre escuelas cerradas. Pero sí puede modificar la mirada. Y eso no es poco. Al transformar el campo en un espacio literario central —complejo, profundo, lleno de historia y de futuro— la escritura devuelve dignidad simbólica a esos territorios.
Además, muchos proyectos literarios actuales van más allá del libro: incluyen encuentros, rutas literarias, talleres, redes, festivales. La literatura reconstruye comunidad, a veces de forma silenciosa, pero siempre significativa.
Escribir sobre la despoblación es, en el fondo, una forma de habitar el silencio. De convertir el abandono en voz. De sostener con palabras lo que el tiempo ha dejado caer. En Castilla y León —como en otras regiones olvidadas— hay escritores que han entendido que su tarea no es la de reconstruir lo perdido, sino la de mantenerlo vivo en la memoria, al menos mientras haya alguien que lea.