[Periodista:] Maestro Machado, le agradezco que me reciba en esta pensión de la calle de los Desamparados. ¿Le incomoda que lo llame maestro?
[Machado:] Me incomodaría más que me llamara profeta. No hay maestros de la vida, muchacho, y menos en tiempos como los nuestros. Pero si se refiere usted a la docencia —a enseñar lo que apenas uno entiende—, entonces sí: soy maestro.
[Periodista:] Usted ha sido cronista del alma castellana. ¿Siente que Castilla sigue latiendo en su poesía?
[Machado:] Castilla no late, Castilla resiste. Y a veces también se muere un poco. Yo he caminado sus campos secos, he dormido en sus pensiones con frío, he conversado con sus gentes sin retórica. Castilla es dura, pero honesta. Si he escrito sobre ella, es porque me ha dolido.
[Periodista:] En su obra hay una melancolía que parece más filosófica que sentimental. ¿Es así?
[Machado:] La melancolía, si no se vuelve pensamiento, no es más que debilidad del carácter. Yo he procurado que el dolor se transforme en forma. Que el desengaño se exprese sin queja. Lo he dicho en verso:
"Se miente más de la cuenta / por falta de fantasía."
Hay que saber imaginar el dolor para que no nos consuma.
[Periodista:] ¿Cree usted que la poesía puede cambiar algo?
[Machado:] La poesía no cambia el mundo, pero cambia al que la lee. Y eso no es poco. En todo caso, no debemos escribir para cambiar el mundo: debemos escribir para comprenderlo, aunque sea desde una rendija.
[Periodista:] ¿Y qué lugar tiene el amor en su poesía?
[Machado:] El amor ha sido siempre mi interlocutor más silencioso. Leonor fue mi verdadero poema. No he escrito nada que esté por encima de aquel silencio. Después, ha habido otras formas de ternura, más maduras, más heridas. Pero todo amor es memoria que late.
[Periodista:] ¿Cómo ve usted el porvenir de España?
[Machado:] Como un caminante que avanza sin mapa, pero no sin conciencia. No soy optimista, pero sí espero que el pueblo —el verdadero pueblo, no sus ventrílocuos— sepa caminar hacia la luz. Eso requiere paciencia, coraje, y palabras justas. Lo demás son discursos.
[Periodista:] ¿Le gustaría ser recordado como un poeta nacional?
[Machado:] No. Me basta con que alguien, un día, abra uno de mis libros en silencio y diga: “Esto lo he sentido yo.” Entonces sabré que no escribí en vano.
[El periodista guarda la libreta. Machado se pone en pie, con paso lento. Mira hacia la calle, donde comienza a llover.]
[Machado:] Mire usted: esa lluvia fina... siempre me ha parecido un verso sin escribir.
[Periodista:] ¿Y lo escribirá?
[Machado:] Quizá. O quizá lo deje caer. Como tantas cosas.